domingo, 8 de marzo de 2009

El trotamundos inerte


Según cuenta la historia, vaga por el mundo un señor acompañado por una mochila, donde guarda los recuerdos de su vida (además de una muda limpia, unos pantalones, un jersey, algo de dinero, colonia, jabón, unas cuchillas de afeitar, un mapa y una armónica). Cuenta que su más fiel compañera es una bicicleta vieja lo suficientemente nueva como para tenerlo paseando por el mundo. Se dedica a visitar ciudades, vive de la música de su armónica en cualquier esquina, y con eso come, compra lo que le haga falta y sobrevive el día a día (por supuesto, la crisis también le afecta). No obstante, tiene un sobre con bastante dinero en su mochila.

Un día de aquellos, de esos días normales que suele tener un trotamundos, ya sabéis, la inclinación de su mapa hizo que su bicicleta se encadenara a un semáforo gris en una avenida de la ciudad de Cádiz, al lado de un edificio de la administración pública. Curiosamente vino a parar a esta tierra en unas fechas muy señaladas, las fiestas más típicas donde la palabra libertad se extrapola y se transfigura en libertinaje (ya sabéis de qué os hablo). Antes de dejar su bicicleta le dijo lo de siempre: "No te muevas de ahí, que regresaré en seguida". Su bicicleta terminó de posarse en aquel frío semáforo como si le contestara "tranquilo, que aquí te espero".

Se dirijió a comer, a asearse un poco y a pasear por la ciudad. Cuando se vino a dar cuenta era ya muy tarde, las calles estaban llenas de gente disfrazada y parecían pasárselo muy bien. Entre empujón y movida, conoció a un grupo de gente que deambulaba por allí, le invitaron a una copa y allí se quedó toda la noche. En el grupo, la mujer más bella que el trotamundos pudo conocer se le acercó (un poco perjudicada) y le dijo "que bien hueles", él no se atrevió a contestar más que dándole una sonrisa. Ella seguía tirándole los tejos... y cada vez le robaba más el corazón. Cuando, empujado por el legendario ser mitólogico más cubano, se quiso abalanzar sobre aquel maravilloso cuerpo (que solo le faltaba decirle, "ven y devórame") aparece alguna especie de Ché Guevara y se la quitó (levantando pasiones (entre otras cosas) y formando la revolución). El trotamundos, aturdido entre el ron y la reverenda paliza sin manos que le había propinada "el revolucionario" (y el posterior revolcón que este personaje más tarde se daría), no tuvo más remedio que dejar aquel espantoso lugar en busca de su verdadera fiel compañera, la única mujer que no le robaría el corazón (ni la cartera), su amada vieja bicicleta suficientemente joven para seguir paseándo a su lado por el mundo.

Pero el camino de vuelta no sería tan fácil. Estaba al borde del precipicio, apunto de tocar un pozo casi sin fondo (demasiado tenía encima). La gente lo veía venir y se reía. El trotamundos no acertaba a decir palabras, solo gemia angustiosamente... El estómago le ardía, la cabeza le iba a estallar... no veía fin más allá de una larga cuesta que le llevaría a su bicicleta... Cuando ya por fin llega, empieza a buscar la llave del candado... Pero el alcohol ingerido le hizo expulsar todo lo que tenía dentro (ya me etendéis, todos hemos pasado alguna vez por ahí). Dos buenas personas que andaban por allí intentaron asistirle, pero prefirieron llamar a los servicios sanitarios y a la policía. Allí se personó una ambulancia y dos furgones de policía. El trotamundos seguía aturdido... a veces pensaba que un boxeador soviético de los pesos pesados de dos metros de alto le había dado una tundra, y cada vez que se acordaba que el revolucionario medía 1'70 y pesaba 62 kilos más quería vomitar. Intentó olvidar, y gracias a aquellas intensas luces azules y naranjas olvidó, pero seguía aún más mareado. Finalmente encontró la llave y se dispuso a abrir el candado, tomar su bicicleta y continuar su camino lejos de esta ciudad (y de cualquier revolucionario o maravilloso cuerpo). Pero por su estado las autoridades no le dejaban marchar...

Allí lo dejé, bien atendido, gemía quejoso como queriendo decir "dejádme que me vaya de aquí" pero su lengua cerró por descanso y sus ojos se volvían hacia dentro como buscando alguna neurona despierta que pudiera explicar lo que pasaba... Finalmente su cuerpo decidió hundirse sobre sí mismo y descansar sobre el suelo. Y era normal, con el corazón roto y sin poderse desahogar con su amada bicicleta... era como si le estuvieran quitando la vida poco a poco... y poco a poco volviéndose inerte. Nadie sabe que ocurrió después. Sólo sé que la bicicleta siguió atada a aquel semáforo frío y gris junto a un edificio de la administración pública en una avenida de la ciudad de Cádiz, apoyada descansando y como diciendo "tranquilo, que aquí te espero"

Hace poco volví a pasar por aquel lugar, y para mi sorpresa la bicicleta ya no estaba... no sé que pasaría con el trotamundos... yo quiero creer que cogió la bicicleta y siguió el rumbo que le marcó la inclinación de su mapa.

Salud!

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