jueves, 23 de abril de 2009

La sonrisa de ella



Aquella noche ella estaba radiante. Sus amigas iban a recogerla para cenar y salir de copas. Se había aseado, eligió su ropa y sus complementos con muchísimo mimo y paciencia (estas cosas tienen su ciencia), eligió el perfume y las joyas, se planchó y se cepilló el pelo, preparó su bolso, se dio su toque de Rimmel, sus coloretes, su sombra de ojos y sobretodo su gloss para destacar, sobre cualquier cosa, sus labios y su sonrisa (previamente, como no, aseada al más mínimo detalle).

Ella, por suerte o por desgracia, había descubierto que con su magnífica sonrisa era capaz de conseguir muchas cosas (sobre todo ser el centro de atención). No tenía un cuerpo escultural, pero no dejaba de ser una chica linda, simpática y con la sonrisa más letal que jamás se conoció en el mundo de los mortales. Si además la acompañaba con el portentoso aliño de sus ojos y su mirada, entonces no tenía rival. Aquella noche sonó el telefonillo y bajó.

La cena fue muy amena y animada. Dos mesas más allá, una mesa de chicos que parecían tener planes parecidos a los que tenían las chicas. Chicas jóvenes y chicos jóvenes (con ganas de fiesta) empezaron juegos y lances de miradas, hasta que a alguien (de cualquier mesa, porque si unos lo dijeron otras lo pensaron) se le ocurrió decir “Vamos a aquel bar de copas de ahí enfrente, os veremos allí”. Las chicas continuaron con su cena, luego fueron a un bar de copas y, finalmente, al bar de copas (en cuestión). Allí, efectivamente, se encontraban los chicos del restaurante. Aquella noche ella, radiante como estaba, era el centro de todas las miradas de aquellos chicos (sin desmerecer al resto de chicas). Todos le hacían piropos sobre sus ojos, su sonrisa y su linda cara. ¿Todos? Había uno que no, que se quedó charlando con el resto de chicas. Ella era tan orgullosa que no podía permitirse el lujo de que se le escapara un besugo de las redes de su sonrisa, y no paraba de mirarlo. Él ni siquiera se inmutaba.

Ella lo siguió intentando un rato más, se sentó a su lado, charlaba con él, pero la conversación con el resto de chicas estaba ya tan avanzada que no hubo manera de que ella, tan radiante como iba, se pudiera incluir en la conversación. Se quedaba extrañada… y cuanto menos caso le hacía él más lo deseaba ella. Enfadada se levantó de la mesa y se fue al baño. “¿Será que el gloss se me ha quitado? ¿Será el Rimmel?” Fuera lo que fuere, el caso es que esa sensación no la había tenido nunca. Después de retocarse volvió a donde estaban sus amigas con él. “¡Qué cansada estoy!” Sus amigas, que habían captado el mensaje, les contestaron: “Vamos a quedarnos un ratito más, estamos muy bien mujer, tómate algo y charla con nosotros”. Él, simplemente, en ese momento fue a la barra a pedir una copa, volvió y siguió charlando entre risas. Parece que se divertían, pero ella no estaba nada animada, le parecía increíble que una persona en el mundo fuera capaz de aguantar su sonrisa y se sentía impotente y angustiada. Se volvió a levantar de la mesa y salió a refrescarse.

Minutos después salieron todos, se marchaban a la discoteca de moda a continuar la fiesta. Sentada en un escalón al lado del bar de copas estaba ella, mirando al lado contrario de la puerta del bar donde salió. Lloraba de impotencia. Escuchó a sus amigas reir a carcajadas camino de la discoteca y ella emprendió el camino de vuelta a casa, con los zapatos en la mano, el Rimmel corrido por las lágrimas y el gloss… quizás en una manga de la chaqueta. De repente, sin saber como, al girar la esquina estaba él. Ella tan radiante como iba, le mira con la cabeza agachada y él solo le contesta: Así sí que me llamas la atención. La sonrisa se la has dado a todos, las lágrimas solo a mí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta.es precioso.un beso

Savilo dijo...

Gracias por tu comentario! Bienvenid@. Escribe siempre que quieras, pero dinos quien eres!! Otro beso para tí!

Anónimo dijo...

Soy de cádiz,te conozco porque una amiga mia te conoce de vista de la facultad